Desde el año 2002 existen unos chips microscópicos a los que se les dio el nombre de tag
(etiqueta en español) provistos de una antena que, conectada por ondas
(frecuencias) de radio a un lector, son capaces de transmitir
información a una distancia que puede ir de unos pocos centímetros a
varias docenas de metros. Su coste actual es de 0,05 céntimos de euro,
unos AR$ 0,30 centavos aproximadamente.
Los últimos prototipos, más inteligentes y de menor tamaño, surgieron con la aparición del “Internet de los objetos”.
Su diminuto tamaño los hace casi invisibles al ojo humano (0,15 milímetros de largo y 7,5 micrómetros de espesor) y otros, de 2 mm2, con una capacidad de almacenamiento de 512 KB (kilobytes) y capaces de intercambiar datos a 10Mbps (mega bits por segundo).
La tecnología que utilizan recibe el nombre RFID (Radio Frequency Identification, Identificación por Radiofrecuencia, en español) permite la identificación y localización de objetos o personas, actuando bajo las normas de comunicación NFC (Near Field Communications, Comunicación entre campos cercanos).
¿Cómo se utilizan?
Estos chips sin contacto nos invaden, cada vez más, en nuestro
quehacer cotidiano. Están presentes en algunos billetes de transporte,
por ejemplo, en algunas tarjetas de metro o bus, en las bicicletas de
alquiler, en los pasaportes de algunos países, en las tarjetas de acceso
a edificios o locales, en los monederos electrónicos, en las llaves de
contacto de algunos vehículos, en la logística de gestión de equipajes
de algunos aeropuertos o en el control de stocks de algunos almacenes.
En fin, cada vez más, su utilización está más generalizada y la
Identificación por Radiofrecuencia (RFID) se convierte, de este modo, en
un elemento económico clave e imprescindible, especialmente en
aplicaciones de la industria, la distribución y el transporte o, lo que
es lo mismo, la identificación y localización de objetos. El futuro de
esta tecnología es prometedor y se esperan nuevas aplicaciones cada vez
más inteligentes y sofisticadas.
Estos chips permitirán, sin ningún género de duda, conocer de manera
instantánea el contenido de un carrito de la compra en cualquier
supermercado, incluso aquellos productos que se hayan podido camuflar
entre las ropas de los más avezados. Los productos de lujo podrán estar
equipados con un tag con el fin de evitar sus imitaciones, y cuando los
teléfonos celulares, por citar un ejemplo más, estén equipados con este
chip, es decir, con lectores NFC se podrán pagar o
recargar a distancia. Los medicamentos y las bolsas de plasma de los
laboratorios, si están, provistos de esta etiqueta, dejarán de sufrir
errores humanos mejorando su trazabilidad. Y así, un sinfín de otros
detalles de control y seguimiento.
Pero algo más espeluznante, hoy en día ya se están realizando pruebas
con recién nacidos en determinados hospitales maternales, a través de pulseras RFID,
que impidan sus hipotéticos secuestros. De ahí a que estos chips se
implanten por vía intradérmica solamente va el paso de salvar el choque
ético y moral que tal circunstancia, sin duda alguna, provocaría frente
al resto de la humanidad. En España, por citar un ejemplo claro, ya se
inyectan chips RFID bajo la piel para pagar las consumiciones en algunas discotecas,
lo cual parece totalmente desproporcionado y, lo que hoy se toma como
un acto lúdico, ¿qué podrá ser en el futuro? Ni imaginarlo quiero.
¿Cuáles son los retos en materia de protección de datos?
Esta tecnología plantea problemas en materia de protección de datos
de carácter personal y de la intimidad, empezando por su naturaleza casi
invisible. ¿Cómo garantizar el respeto de la ley cuando se trata de una
tecnología invisible?
Además, cualquier persona que disponga del lector adecuado puede leer el contenido de una etiqueta RFID,
que puede incluir datos personales (o que pueden convertirse en
personales por interconexión con una base de datos) permitiendo así la
identificación a distancia del portador. Si todos los objetos de nuestra
vida cotidiana (tarjeta de transporte, ropa, teléfono, coche, pulsera,
etc.) estuvieran etiquetados, sería posible seguir la pista de los
individuos en todos los actos de su vida cotidiana. ¿Sustituirán las etiquetas RFID, en un futuro más o menos lejano, a los documentos de identidad de los ciudadanos? Solo el tiempo nos lo dirá.
En la actualidad, los sistemas RFID no permiten una
vigilancia continua de los individuos. Por ejemplo, el uso de una
tarjeta de ferrocarril metropolitano sólo permite conocer la estación
por donde el usuario ha entrado en el metro y en algunos casos la
estación por donde ha salido. No permite por lo tanto conocer el
trayecto efectuado, tanto más cuanto que la CNIL ha limitado la duración de conservación de estos datos a 2 días y únicamente para detectar fraudes.
Pero ¿qué nos deparará el futuro? En teoría, una vigilancia más
precisa de los individuos es factible, pero para ello se necesitarían
medios considerables, como una densa red de lectores capaces de leer a
varios metros de distancia los datos contenidos en los chips y, por
supuesto, a la velocidad con que avanzan las nuevas tecnologías, esto se
conseguirá.
Si a esto le añadimos una técnica informática, la biometría, nuestra
intimidad dejará de existir inmediatamente ya que esta tecnología
permite reconocer automáticamente a cada individuo a partir de sus
características físicas, biológicas e incluso de comportamiento. Los
datos biométricos de cada sujeto son datos de carácter personal, únicos y
permanentes (ADN, huellas digitales, iris ocular, etc.)


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